Ilusiones


"No existe ningún problema que no te aporte simultáneamente un don.
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Richard Bach - Ilusiones

domingo, 13 de marzo de 2016

PIERRE Y MARIE CURIE


En 1903, Pierre y Marie Curie reciben (Junto con Henri Becquerel) el premio Nobel de fisica por sus trabajos sobre la radioactividad. Conocidos ya como científicos, los Curie se hacen célebres entre el gran público. Para ellos, esta gloria es un "desastre"; muy reservados los dos, devorados por la misma pasión por la investigación, sufren al verse aparatados de ella y al ver su laboratorio asaltado por gente inoportuna, su modesto pabellón parisino invadido por los periodistas y los fotógrafos. A las frivolidades, que les pesan, se añade un correo cada vez más voluminoso, del que se ocupan los domingos.


Cuando se conocen en 1894, los dos trabajan en el campo del magnetismo. Con treinta y cinco años, Pierre Curie es una brillante esperanza de la física francesa. Corpulento y moreno, con una naturalidad distinguida, posee un rostro fino y anguloso, iluminado por unos ojos castaños, dulces y soñadores. Su educación, dispensada en su casa por unos padres asombrosamente modernos para la época, reafirmó su carácter ferozmente independiente, desarrollando al mismo tiempo su gusto por la naturaleza. Se enamoró enseguida de aquella fina y casi austera polaca de veintisiete años que compartía su fe altruista en la ciencia.


Marie Sklodwska tiene unos penetrantes ojos grises y sus cabellos rubios enmarcan una frente amplia. Un amor frustrado, cuando se ganaba la vida como ama de llaves en Polonia, reforzó su determinación de ir a estudiar a Francia. Animada por su padre, llegó a París en 1891 y allí llevó una vida espartana, entregada exclusivamente al trabajo y al estudio. Es la primera mujer en Francia que obtiene una licenciatura de física y también se licencia en matemáticas.


Por única vez en su vida, dirá más adelante, Pierre Curie actúa sin sombra de duda cuando le pide que se case con él. Pero ella vacila, ya que pese a su fecundo diálogo científico y a sus valores humanísticos comunes, le cuesta abandonar definitivamente a su familia y a su patria. A fuerza de argumentos, él le propone ir a Polonia vivir con ella. Pero es entonces cuando Marie acepta permanecer en Francia. "Nuestras relaciones amistosas -escribe ella- eran cada vez más apreciadas por los dos, pues cada uno comprendía que no podía encontrar un mejor compañero".




La boda, celebrada en París el 26 de julio de 1895, es de una sencillez extrema: ni fiesta ni alianzas ni vestido blanco, la novia se pone un traje azul que podría llevar para ir al laboratorio. Luego los recién casados montan en sus bicicletas y parten en viaje de novios por las carreteras de Francia. Todos los veranos recorren así la campiña francesa. Nacen dos hijas, Iréne en 1897 que seguirá los pasos de sus padres y Eva en 1904.


El laboratorio, núcleo de su vida en común:


Su gran viaje compartido es el de la radioactividad, cuyo nombre fue acuñado por Marie Curie, así como el de dos elementos que descubren en 1898, "el polonio" y "el radio". Para su doctorado (que la convierte en la primera mujer doctora en ciencias de la Sorbona), decide estudiar la naturaleza de los rayos descubiertos por Becquerel. Su marido la acompaña en sus investigaciones: él es más bien el físico, el inventor genial de los aparatos necesarios para los experimentos y ella la química, que manipula toneladas de mineral. Sin embargo, realizan su trabajo juntos, como atestiguan sus notas, donde se mezclan sus dos escrituras, y en sus numerosas publicaciones firmadas frecuentemente con los dos nombres.


El laboratorio es el núcleo de su vida, un hangar pobre y polvoriento, tórrido en verano y glacial en invierno, situado en la Escuela de Física y Química Industrial de París. Llegan incluso a ir por la noche, para admirar en la oscuridad el extraño brillo azul del radio. Careen de medios y también de tiempo, ya que deben dar clases para financiar sus investigaciones. Pierre Curie es demasiado independiente y nada normalista, solicita durante mucho tiempo su cátedra de física y química en la Sorbona, pero no la obtiene hasta 1904.


Solo tiene exigencias para el trabajo. en su casa, el mínimo de muebles posible(lo que resuelve en parte el problema del hogar), nada de vida social y veladas trabajando uno al lado del otro. No se separan nunca. El doctor Curie, padre de Pierre, vive con ellos y les ayuda a criar a sus hijas.




Una colaboración interrumpida en pleno impulso:

El dinero conseguido con el premio Nobel mejora su situación material, pero no su salud, alterada por los productos químicos y la radioactividad. En 1906, la desgracia se ceba en ellos: el 19 de abril, el sabio muere al cruzar la calle Dauphine, aplastado por un coche de caballos. Marie cree perder la razón para seguir viviendo y, como petrificada, prohíbe que se mencione el nombre de su marido delante de ella, aunque durante varios años ella le escribe cartas hablándole de su trabajo y de sus hijas. "Pobre huérfana -escribe refiriéndose a Iréne-, ¡pobre hija de nuestro gran amor!" Redacta una biografía de su marido y publica sus obras científicas completas.


Pionera una vez más, le conceden en la Sorbona la cátedra de su marido, y en 1906 reanuda el curso, en la misma frase donde él la había dejado. Los amigos fieles de la pareja, la rodean con afecto, sobre todo en 1911, cuando estalla el "asunto Lagevin": Marie Curie -¡oh, escándalo!- mantiene una relación con el sabio Paul Langevin, que está casado. Parte de la prensa se lanza contra "la ladrona de maridos", "la extranjera", el mismo año en que se le concede un segundo premio Nobel, esta vez en química, por su descubrimiento del radio. Consagra el resto de su vida al trabajo.

























Durante la Gran Guerra Marie irá como voluntaria al frente al volante de los "Petite Curie", vehículos equipados con material con instalaciones de radiología móviles para ayudar a los soldados heridos y formará a su hija de 18 años, Iréne, para que pueda ir a los hospitales de campaña a hacer radiografías.


En 1918, su tesón es recompensado con la apertura del Instituto del Radio, institución con la que su marido siempre había soñado. Antes de morir en el año 1934 de leucemia, tiene la satisfacción de asistir al descubrimiento de la radioactividad artificial por otra pareja de científicos ejemplares: Iréne y Federico Joliot-Curie, su hija y yerno.




Sellos postales que muestran el impacto del radio 

en el tratamiento del cáncer.






4 comentarios:

  1. Un no solo interesante sino bellísimo homenaje a esa pareja de científicos que, como muchos otros a lo largo de la historia, han consagrado su vida a la ciencia en condiciones muy duras.
    Al menos el reconocimiento lo obtuvieron en vida pues han habido quienes solo se han ganado la admiración del la sociedad una vez muertos.
    El conocimiento y el tesón son dos ingredientes que, bien mezclados, pueden hacer maravillas.
    Me he deleitado con la lectura de esta crónica tan bien narrada.
    Un abrazo.

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    1. Hicieron un gran trabajo aunque su salud saliera perjudicada, amaban lo que hacían y eso les unió más. Gracias por comentar. Me alegra que te haya gustado.

      Un abrazo Josep

      mafar.

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  2. Un precioso homenaje, Mafar, me encanta tu artículo pues he podido conocer un poquito más de estos dos grandes científicos. Coincido con Josep en que tu crónica está muy bien narrada, felicidades. Un beso enorme

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    1. Muchas gracias Chari, por comentar y compartir. Me gustan estas historias, Una vida compartida con amor y trabajo!!

      Un abrazo, besosss

      mafar

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