Ilusiones


"No existe ningún problema que no te aporte simultáneamente un don.
Busca los problemas porque necesitas sus dones."

"Justifica tus limitaciones y ciertamente las tendras"

Richard Bach - Ilusiones

viernes, 2 de octubre de 2020

CAMELOT - GLORIA Y CAÍDA - 1.



Ñ   PREFACIO    Ñ


Tres naves zarparon de las rocosas costa de Gales, con su velas impulsadas por el viento del este. En el buque insignia, sobresalía por encima del resto un estandarte mostrando trece coronas de oro sobre un campo azul, era la enseña de Arturo, supremo monarca de Inglaterra, que en esos momentos soñaba con invadir Annwfn, el País de las Hadas y apoderarse de sus tesoros mágicos.



Disponía de un buen ejercito, animoso y bien armado a demás de ir acompañado por Taliesin, el bardo galés que era un gran hechicero que podía transformarse en cualquier clase de animal o cosa. Su presencia en esta empresa era una garantía, pues incluso los habitantes de Annwfn reverenciaban sus poderes.



Arturo navegó hacia occidente, más allá de los confines del mundo, hasta alcanzar una isla envuelta en bruma en la que se distinguía una fortaleza construida toda ella de cristal traslúcido y que relucía bajo la luz crepuscular.


Al desembarcar descubrieron grandes maravillas, un manantial de vino que brotaba del suelo y un caldero ribeteado de valiosas perlas. Nueve doncellas lo custodiaban, pues era un recipiente mágico, obra de gigantes que contenía los poderes del mundo primigenio. Su exterior de esmalte azul despedía un resplandor que concedía a los hombres buenos el arte de cantar y el valor para combatir, proporcionando comida sólo a los valiente; se negaba a darla a los cobardes.


Arturo y sus hombres robaron el caldero, para esconderlo en su tierra, sin embargo lo pagaron muy caro. Más de seis mil guerrero de Annwfn defendieron la fortaleza y el caldero con un resultado terrible, sólo un puñado de hombres regresó con vida a Inglaterra, pues era un desatino y una gran temeridad desafiar a los poderes arcanos de ese mundo.


Arturo era el señor de una nueva era, la estrella de un poder nuevo que controlaba los reinos de Inglaterra, pero ni siquiera él podía insultar impunemente al sobrenatural poder del mundo de los antiguos. Los príncipes de de Annwfn vengarían la pérdida de su tesoro. Su mirada era aguda, su alcance grande, su armas numerosas y su paciencia infinita. Enviaron servidores  que actuaron clandestinamente, creando grietas con filamentos de oscuridad que fueron apagando el refulgente honor del rey para convertirlo en cenizas y así conseguir que la ruina terminara adueñándose de sus dominios.



Ñ   ARTURO    Ñ


 R ealmente poderosa era Tintagel, la fortaleza de los duques de Cornualles, que asomaba al mar desde un escarpado risco de pizarra. Ningún ejército podía atravesar sus defensas. Sin embargo, una noche de invierno entre un año y el siguiente, una frágil criatura, hombre sólo en  parte, se escabulló con el tesoro del castillo y se quedó con él.


La suya fue una hazaña realizada con magistral sigilo, una mezcla de rapidez y paciencia. En mitad de la noche, cruzó furtivamente el estrecho istmo que unía Tintagel con la costa de Cornualles; envuelto en su negra capa, era una sombra entre las sombras, un simple revuelo de aire. Los centinelas recorrían las almenas allá en lo alto pero no lo vieron acercarse, ni oyeron sus pasos ligeros sobre la piedra mojada por la lluvia. Luego, el intruso desapareció por una arcada que indicaba una oculta puerta que miraba al oeste en dirección al mar.


Inmóvil, esperó el resto de la noche. La lluvia cesó y amainó el helado viento nocturno. Sobre las torres del castillo, las estrellas aparecieron y realizaron majestuosas evoluciones de danza, para desvanecerse al despuntar el día. Súbitamente, la puerta en el muro se abrió de para en par y apareció una joven que sostenía una criatura envuelta en pañales. Sin una palabra, la entregó al vigilante; sin una palabra, éste la ocultó entre los negros pliegues de su capa. Luego giró en dirección al acantilado, se alejó a toda prisa y en silencio bajo la luz del amanecer, desapareció.


De este modo el pequeño Arturo, heredero de la corona de Inglaterra, fue puesto bajo la protección de la magia y no se le volvió a ver durante quince años. Merlín el Hechicero fue quien se lo llevó de la fortaleza y lo escondió.


Merlín, esa criatura enigmática, hijo de una mujer humana y de un ser del otro mundo, profeta y mago, había provocado el nacimiento del niño. El padre era Uther Pendragon, quien gobernaba un país revuelto, una Inglaterra desgarrada por los conflictos internos de pequeños reinos mal cohesionados y amenazada desde el exterior por la codicia y el salvajismo de hordas sajonas procedentes del continente europeo. Uther había concebido una gran pasión por la esposa de uno de sus propios duques. Igraine, la duquesa de Gorlois de Cornualles, era esa mujer; Gorlois la había confinado en Tintagel, donde Uther no podía alcanzarla. Enloquecido, el monarca recurrió a la magia, llamando a Merlín.


Y Merlín concedió a Uther lo que deseaba; aguardó hasta que Gorlois partió de Tintagel, par defender sus territorios orientas y entonces, mediante un hechizo, dio a Uther el aspecto del conde de Cornualles; y así el rey fue admitido en la fortaleza y pudo realizar su deseo de estar con Ingraine.


Merlín exigió como pago por sus servicios, la criatura que pudiera nacer de esa unión. Uther se encogió de hombros y aceptó y tuvo que mantener su palabra, a pesar que Igraine se convirtió en su reina después de la muerte Gorlois en combate, con lo que el niño que ella llevaba en sus entrañas pasaría a ser su heredero legítimo.


Así pues, incluso antes de iniciarse la vida de Arturo, los ojos del otro mundo se volvieron hacia él. La pasión de Uther fue una fuerza que desgarró el tejido del honor y el orden humanos; dejó un sendero por el que los antiguos podían penetrar en el mundo mortal. Y Merlín, que ayudó al monarca y custodió al niño pertenecía en parte a la raza mágica, un vínculo vivo con la magia de la era arcana.


Los cronista nunca dijeron y tal vez nunca supieran para que Merlín quería al niño, algunos pensaron que le ocultó para su seguridad, debido a las luchas internas y externas que sucedían en el país; otros que la sangre de los antiguos que corría por sus venas le hizo atesorar su poder para así nombrar reyes en el mundo de los humanos.


E n cualquier caso, fue un hacedor de reyes, aunque nadie lo sabría hasta pasado un tiempo. El pequeño Arturo desapareció en la seguridad de los montes gales, según se dijo al cuidado de un noble llamado Ector. Merlín aparecía periódicamente en la corte de Uther para vigilar la sucesión al trono de este. Vio como las tres hijas que Igraine había tenido con Gorlois, se casaban con príncipes de poco renombre y se marchaban de la corte. Morgause, la mayor, se convirtió en la reina de Lot de  Lothian y las Órcadas, un noble adusto e impulsivo que ostentaba el poder casi absoluto en el norte. Elaine se casó con el rey Nentres de Garlot y se perdió su rastro. La hija más joven Morgana, se convirtió en esposa de Urien de Gorre. Éstos fueron todos los hijos de Igraine, a excepción de Arturo, no tuvo ninguno más.

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