Ilusiones


"No existe ningún problema que no te aporte simultáneamente un don.
Busca los problemas porque necesitas sus dones."

"Justifica tus limitaciones y ciertamente las tendras"

Richard Bach - Ilusiones

martes, 8 de diciembre de 2020

LAS TRIBULACIONES DE LA PASIÓN MÁGICA




En la época en el rey Arturo tenía su corte en Camelot, su inquieta reina, Ginebra, acostumbraba coquetear con los jóvenes caballeros de su ejército. Pero un noble llamado Launfal resistió a las lisonjas de la hermosa dama, a pesar de arriesgar su vida al desdeñarla. El noble había entregado su corazón a un hada que había encontrado en el bosque, en una época en que había caído en desgracia en la corte.


Él encuentro se produjo de este modo. Un día de San Juan, solo y melancólico, Launfal cabalgó hasta la profundidad del bosque y cuando por fin desmontó, se tumbó sobre la verde loma y cerró los ojos bajo los rayos del sol. Al cabo de un rato, lo despertó el murmullo de unas dulces voces. No muy lejos había dos doncellas de dorados cabellos, que le hicieron señales. Se puso en pie y las siguió por entre los árboles hasta llegar a un claro cubierto de flores silvestres, donde vio una tienda de seda bordada, adornada con rosas doradas y rematada por un águila de oro. Cobijaba a una doncella tan radiante que todo recuerdo de la belleza mortal se borró de su mente.





Ella lo saludó cortésmente y le dio la mano y, con este simple contacto, el amor surgió entre ambos. Launfal le pidió que se quedara para siempre con él, pero esto no era posible, él era mortal y ella un hada. Sin embargo, le explicó que podría aparecer siempre que él lo deseara, aunque bajo ciertas condiciones; jamás debía mencionar su existencia (lo que no era ninguna nadería, en unos tiempos en que los nobles dedicaban cada hazaña a una dama), y no debía llamarla a su lado cuando otros mortales estuvieran presentes. Si se daba a conocer su existencia, ella se marcharía para siempre a sus lejanos dominios. Muy apropiadamente, su nombre era Tryamour, que significa "prueba de amor".


Launfal aceptó sin dudar sus condiciones, y toda aquella larga tarde estuvieron juntos en el soleado claro. Cuando el noble volvió a la corte de Camelot, parecía un hombre diferente. Lujosamente vestido, bien armado y montando un magnífico corcel.


Se encerraba a solas en su aposentos por la noche, que era cuando su amada Tryamour iba a verlo; y durante el día resplandecía de felicidad. Esto no pasó inadvertido a la reina, cuyos ojos grises se posaban en él pensativos de vez en cuando. No quiso hacer comentarios, pero un buen día hizo llamar a Launfal.


El noble encontró a la reina en un sombrío jardín del palacio circundado por altos muros. La dama fue directa al grano: Launfal se había convertido en una obsesión para ella; deseaba que fuera su amante. Imposible, el caballero rehusó con toda la cortesía posible.





-¡No eres digno del amor de una mujer! -le gritó la soberana.

-Majestad -dijo Launfal-, tengo el amor de una dama cuya doncella más humilde os supera en belleza.


Era un insulto, desde luego, pero también algo peor. Launfal había revelado la existencia de su amante y. por lo tanto, cerrado la puerta entre el mundo mortal y el País de las Hadas. Sacudiendo las enjoyadas trenzas y dejando un reguero de amenazas, Ginebra abandonó el jardín. Launfal se encerró en su habitación y lloró, había traicionado a Tryamour. Cuando la llamó, no recibió respuesta alguna.


Al poco rato, unos fuertes golpes resonaron en su puerta. El noble fue atado y conducido ante el rey Arturo, por motivos que no tardó en saber. Ginebra había contado al monarca que su caballero había intentado seducirla y que, ante su negativa, la había insultado con la belleza de su amante.


El castigo para la doble infracción era la muerte. Pero los caballeros de Arturo se mostraron indecisos al oír el relato de la reina, ya que sus costumbres amatorias eran bien conocidas por todos. Apoyaron a Launfal y finalmente sólo se le pidió que presentara a su amante en plazo de un año, para que todos pudieran comparar su belleza con la de la reina. Esto, claro está, Launfal no podía hacerlo. Así pues, llegado el día se encontró en el patio del palacio, con la cabeza inclinada y los brazos atados, esperando morir en la hoguera.


Pero antes de que encendieran el fuego, una brisa fresca, cargada con el aroma de las flores silvestres, rompió la sofocante quietud. Por la puerta del castillo, sobre un hermoso caballo blanco apareción Tryamour. Sus cabellos eran una aureola dorada, tenía la mejillas levemente sonrojadas y su cuerpo era vivaz y centelleante con un rayo de sol. Dedicó una sonrisa a Launfal y, sin una palabra, se volvió hacia el rey y su corte. Todos callaron.






-Si eres la dama de Launfal -dijo por fin el monarca-, nadie puede negar que dijo la verdad y por tanto queda en libertad.


Los caballeros desataron a su camarada, y éste, sin volver la mirada atrás, cruzó el patio hasta su amada, la doncella del País de las Hadas y montó de un salto detrás de ella sobre la grupa de blanco corcel. Launfal y Tryamour atravesaron juntos las puertas del castillo y penetraron en el prado situado más allá, perdiéndose en la distancia hasta desaparecer por completo.


Nadie volvió a ver Tryamour. Se decía que había conducido a su amado al otro lado de las agua a vivir en la isla mágica de Avalon, de la que ella nunca pudo regresar. Pero Launfal reaparecía en los bosques cercanos a Camelot una vez al año en la víspera del día de su marcha. 


En la tenue luz del crepúsculo, una figura espectral, montada  en un espléndido corcel, cabalgaba sola, como una sombra y mostrando una pequeña añoranza en el rostro recordando el mundo mortal que había abandonado.










 



CAMELOT - GLORIA Y CAÍDA - 3.

... 


L a reivindicación no fue bien recibida en todas partes, ya que los nobles de Inglaterra no deseaban ser gobernados por un desconocido. Pero tenían la palabra del hechicero de que Arturo era el legítimo monarca, y lo que era más importante, la evidencia de la espada y la del hombre mismo: por las venas de Arturo corría sangre de reyes, y se le había educado para ocupar una posición elevada. Así pues, en el plazo de un año fue coronado y los príncipes del país hubieron de doblar la rodilla ante él. Aquellos que, años atrás, habían amado a Uther - Baudwin de  Inglaterra, Ulfin, Brastias, Leodegan de Camelerd, Pellinore de las Islas -  asistieron  de buena gana, llevando sus ejércitos. Mucho más, no obstante, eran enemigos secretos que aguardaban la ocasión para hacerse con el trono. El principal de ellos era Lot, que rumiaba allá en el norte, en sus islas azotadas por el viento.


El primer ataque lo realizó el año siguiente a la coronación, cuando Arturo celebraba audiencia en la fortaleza de Caerleon en Gales. Lot fue a aquella reunión con los aliados que había obtenido: Urien de Gorre, Nentres de Garlot, el rey de Escocia y el rey de Carados. Cuando el mensajeo de Arturo les dio la bienvenida, respodieron, tal y como hicieron constar los historiadores, que "era una vergüenza para todos ellos que un muchacho gobernara tan noble reino".


La primera respuesta provino de Merlín. Apareció una noche; primera una sombra y luego un hombre de carne y hueso; en la fogata alrededor de la cual se habían reunido los reyes rebeldes. El hacedor de reyes, ahora al servicio del monarca que había coronado, los estudió a todos con mirada glacial.

- Sería mejor que abandonaseis esta locura, caballeros. No venceríais ni que fuerais diez veces más.

Urien, súbitamente asustado, se santiguó. Lot escupió a los pies de Merlín.

- ¿Hemos de prestar atención a un descifrador de sueños? - replicó y se echó a reír.

Pero el hechicero ya había vuelto a desaparecer entre las llamas.


A la mañana siguiente, Arturo cayó sobre el campamento con su caballería. coronas de oro resplandecían sobre su escudo y una espada mortífera brillaba en sus manos; no eral la espada de ceremonia que lo había hecho rey, sino un arma forjada por los elfos, la espada Caliburn, extraída de un lago por la magia de Merlín. Ningún enemigo podía oponerse a ella. Es más, incluso su funda era mágica: el sólo roce de su vaina, murmuraban los guerreros, podía curar la herida más grave. No era espada para seres mortales, decían.



Durante la batalla que siguió, el rey se mantuvo siempre a la cabeza y la fabulosa espada no dejó de matar. La infantería de  Lot fue pisoteada; los reyes rebeldes y sus cabal leros mantuvieron la formación, pero la furia salvaje del Supremo Monarca los obligaba a retroceder continuamente. Finalmente, dieron media vuelta y huyeron.

Arturo los persiguió... pero mucho después. Aguardó durante meses, sopesando los informes que llegaban desde territorio escocés, informes de una reunión de once ejércitos bajo las órdenes de Lot, una hueste que barrería Inglaterra para derribar al Móonarca.



 P ero, antes de que Lot actuara, Arturo se puso en marcha. Todos sus efectivos avanzaron por el sendero del norte: caballeros y escuderos, soldados de a pie, mulas de carga, carretas de provisiones, armeros, cirujanos y mujeres rezagadas. Cruzaron un territorio profusamente arbolado y a todo lo largo de los márgenes del sendero los árboles de agitaban y crujían, como ofreciendo un débil eco al golpeteo y tintineo de los arneses, al chirriar de las ruedas de los carros, al chasquido de los arcos y al ruido de las pisadas. Pero no eran ecos. Merlín había suscrito una alianza con Ban de Benwic y Bors de la Galia; había arrojado un manto de invisibilidad sobre los ejércitos franceses y él mismo conducía al norte, a través del bosque; una tropa fantasma que flanqueaba a los hombres del monarca.


Este ejército espectral fue el que finalmente cambió el rumbo de la batalla a favor de Arturo. Ban y Bors no podían por su honor esconderse bajo la invisibilidad; no obstante, si podían permanecer emboscados de modo que las tropas de Lot avanzaran, incitadas por el aparentemente pequeño ejército de Arturo. Y eso es lo que sucedió. Los dos bandos se enfrentaron en un campo que limitaba con el bosque de Bedegraine, muy cerca de un río que marcaba la frontera con Escocia. Allí, Arturo y sus caballeros esperaron, inmóviles como rocas sobre los poderosos corceles, las lanzas apoyadas en los muslos. Y entonces la fría mano de la muerte cayó sobre hombres y bestias con tal desenfreno que, según cuentan, los caballeros no tardaron een quedar cubiertos de sangre hasta los espolones y el emblema del escudo de Arturo desapareció bajo la sangre que lo salpicaba. Cuando el combate era más encarnizado, Ban, Bors y sus ejércitos salieron de entre los árboles, Lot y sus hombres se detuvieron al ver estas tropas, dirigidas por dos monarcas que eran considerados los mejores guerreros del mundo. Se acobardaron y, dando trarspiés por entre los cuerpos destrozados y los charcos de sangre, abandonaron el campo de batalla.


Arturo siguió adelante, flanqueado por sus heraldos, con Bors y Ban, justo detrás. Dse pronto los caballos de setuvieron y quedaron inmóviles, sudoroseos y temblorosos. Ninguna espuela podía moverlos. Merlín estaba de pie en medio del terreneo. 

-Ya ha habido suficientes muertes - anunció-. Habéis matado las tres cuartas partes duee sus hombres. No vais a seguir; ya tendréis otra oportunidad. Y hay enemigos en las costas del norte. Lot tendrá que asegurar su retaguardia antes de amenazar los reinos ingleses.

 

Merlín no dijo nada más, pero todos los que lo escucharon comprendieron que stenía razón. El Supremo Monarca se retiró a sus propias tierras, y los reyes a su mando se dispersaron hacia sus territorios, todos excepto Bors y Ban, sus aliados del otro lado del mar.


Los reyes Bors de la Galia y  Ban de Benwic
(Walter F. Enright)


Los tres soberanos fueron a la fortaleza de Arturo, llamada igual que el bosque que la rodeaba, Bedegraine, donde los esperaban mensajeros de su aliado Leodegran de Camelerd, en el sudoeste de Inglaterra, cerca de Cornualles. Merlín permaneció junto al Monarca mientras los emisarios hablaban atropelladamente de los enemigos de Leodegran, gentes que intentaban acabar con su reino. El hechicero observó a los hombres con atención y luego frunció el ceño.

-Señor -dijo Merlín, que siempre pudo ver lo que le sucedería a Arturo-, no vayáis a Leodegran.

-Hechicero, no intentéis retenerme. Loedegran fue vasallo de mi padre y es también mi aliado -respondió el rey, y abandonó la sala.


Así pues, el Monarca marchó hacia el sur en otoño, a través de los prados inundados y las marismas del llamado País del Verano, hogar de gentes que vivían en pequeñas y móviles aldeas lacuestres* y utilizaban botes hechos de cuero en lugar de caballos. Estas gentes eran los aislados supervivientes de una raza anterior; su metal era el bronce, no el hierro y adoraban a antiguos dioses desconocidos para Arturo y sus hombres. Éstos pasaron junto a la elevada colina gobernada por Melwas, un príncipe que se sabía tenía tratos con los antiguos; la colina estaba cubierta de manzanos repletos de rojos frutos, pero ningún mortal se atrevía a tocarlos. Eran el alimento de las hadas, dijeron los soldados.


El ejército de Arturo descendió hasta la costa, y luego siguió por la orilla hasta la fortaleza de Leodegran. Luchó como un león por Leodegran, y venció. Los cronistas cuentan que murieron centenares de hombres en la batalla.


Sin embargo no fue la victoria la recompensa de Camelerd. Trás la batalla, cuando el Monarca celebraba un banquete en la sala de su vasallo, la rueda de su destino comenzó a girar. La sala tenía las paredes muy altas, cubiertos de hermosos tapices, y largas mesas la bordeaban. La mesa del señor del castillos era enorme y redonda, no como las utilizadas por otros reyes. Los recipientes que la adornaban eran de cristal y oro, y reflejaban la luz de las antorchas y el fuego de la chimenea.


Y  la doncella que sirvió el vino a Arturo también reflejaba la luz. Era una muchacha alta; llevaba los cabellos sueltos y sin adornos a excepción de un aro de princesa, sus cabellos tenían el tono castaño de las hojas en otoño, con toques de dorado gracias al sol. Mantenía la vista baja como correspondía a una doncella, su pestañas proyectaban sombras sobre su rostro. La túnica que llevaba era blanca y la manos que sostenían el cuerno de la bebida eran largas y pálidas; toda ella olía a flores.


Arturo no era un novato en cuestión de mujeres, al ser un guerrero de oro sin rival en el campo de batalla, disfrutaba de la admiración de aquellas. Tenía ya un hijo con la hija de un caballero llamada Lionors, por la que se había sentido atraído en cierta ocasión. Pero esta mujer desde luego no era el simple retoño de un caballero; lejos de demostrar admiración, ni siquiera lo había mirado ni le había hablado. Se sintió fascinado.


Leodegran, sentado junto a él, captó su mirada y dijo:

-Ésa es mi hija, majetad.

-Una noble doncella -respondió el rey. Se volvió para hablar con ella, pero la muchacha había desaparecido de la sala.

-Se llama Ginebra -añadió Leodegran, y enseguida llevó la conversación a otras cuestiones.


Arturo no volvió a ver a la hija del noble hasta el día en que abandonó la fortaleza. Mientras montaba, un movimiento llamó su atención. Con la veloz reacción del guerrero, se volvió sobre la silla. La doncella estaba en la ventana de una torre baja de piedra contemplándolo solemne. Él alzó una mano en señal de despedida; luego se alejó.



Desde una ventana elevada observaba Ginebra, hija de Leodegran de Camelerd, 
una princesa digna de ser reina. 
Arturo la vio y su imagen quedó grabada en su memoria



*Lacustre, en ecología, es el ambiente de un lago. En sedimentología, es el medio sedimentario propio de los lagos y en ictiología, describe una población de peces que completan su parte del ciclo de vida dentro de lagos.


...        



viernes, 2 de octubre de 2020

CAMELOT - GLORIA Y CAÍDA - 2.

 ... 


Cuando Merlín se enteró de que Uther agonizaba, fue a ver al soberano y le pidió la confirmación que deseaba: que Arturo, único hijo de Uther fuera nombrado rey de los ingleses. Y dicen los cronistas que el rey consintió. Esto sucedió a los dos años del nacimiento del niño.


Pasaron aún trece años antes que Merlín tomara medidas para colocar a Arturo en el trono; trece largos años mientras los príncipes de Inglaterra luchaban y el pueblo padecía; trece años mientras el niño que no sabía que era un rey, alcanzaba la pubertad. Arturo soportó una dura y paciente preparación durante este período y cuando por fin apareció, era realmente regio, un auténtico príncipe y la flor de la caballería.


Se reveló su existencia al mundo en Navidades. Durante las semanas y meses previos, los mensajeros de Merlín cabalgaron por toda Inglaterra, convocando a todos los príncipes del reino a Londres para pedir consejo sobre la coronación de un rey que volvería a unirlos a todos, como lo habían estado con Uther. Durante todo el mes de diciembre, grupos de hombres a caballo recorrieron los polvorientos senderos y desmoronadas carreteras que conducían a la ciudad. Fuera de sus murallas, un campamento enorme creció sobre los altos brezos y helados rastrojos de los campos invernales, un revoltijo de tiendas multicolores y estandartes dorados, todo ello recubierto de una cortina de humo procedente de las fogatas.


Y dentro de ls murallas de Londres, por cuyas estrechas callejas deambulaba Merlín ataviado con su oscura toga de erudito, la magia andaba suelta. En el centro de la ciudad, muy cerca de la torre que fue su antigua fortaleza, se alzaba una pequeña capilla, construida para albergar el altar de algún antiguo dios; un claustro y un patio cubierto de hierba lindaban con ella, recordatorios de que en una ocasión había formado parte de un monasterio. En el patio había una enorme piedra, atravesada por una espada de hoja ancha. Sobre la piedra, en letras que despedían luz propia, había una inscripción: Aquel que extraiga esta espada de la piedra será el rey de toda Inglaterra por derecho de nacimiento.


 T odos los reyes; Lot, Urien de Gorre, Ban de Benwic de Francia, Idres de Cornuales y muchos otros;  fueron a examinar la espada. Eran conscientes de su importancia, pues descendían de tribus expertas en la lucha con espada y de nobles cuyos símbolos del cargo eran piedras sagradas. Por ejemplo el trono en el que se coronaba al rey de Irlanda, era el Lia Fail, la Piedra del Destino, que chillaba cuando el pie del legítimo rey la tocaba. Así pues, todos los reyes ingleses intentaron sacar la espada: ¡A saber la sangre de cuál de ellos dispararía la magia!. Pero la piedra se negó a entregar su tesoro a cualquiera de ellos.


Merlín observó las pruebas sin hacer ningún comentario. Pero el primer día de Navidad, cuando los reyes se reunieron en la sala de la fortaleza, los hizo callar a todos. Con voz fría y seca, les dijo: "No ha llegado aún aquel que conseguirá la espada". Y les dejó que meditaran, que formaran y rompieran alianzas, y conspiraran entre ellos.


La Navidad transcurrió entre murmuraciones y disputas por parte de4 la facciones que maniobraban para obtener el poder. Llegó el nuevo año y con él un sol radiante y un viento helado que recorrió las sinuosas calles de Londres, sacudiendo los postigos de las ventanas y los letreros pintados de tiendas y posadas.


Bajo uno de estos letreros - un arbusto pintado que indicaba una vinatería - había tres hombres aquella mañana de Año Nuevo. Dos de ellos eran bajos de estatura, macizos y morenos al estilo de los galeses. Ambos llevaban cotas de malla; sostenían los yelmos bajo el brazo mientras conversaban con acento del oeste. El tercer hombre era alto y ancho de espaldas, con cabellos de un rojo dorado que el viento alborotaba. Era tan fuerte, tan natural su elegancia, que parecía capturar y retener la luz del sol, y aunque vestía la túnica y capa de un escudero, atraía las miradas de los transeúntes. Permanecía apoyado en la pared de la vinatería, sin prestar atención a los admirados comentarios de las amas de casa y escuchaba a sus compañeros. Aquel joven era Arturo, un elegante hidalgo no lo bastante mayor, al parecer, para el título de caballero. Los otros dos eran Kay, a quien creía su hermano mayor y Ector, su supuesto padre. Los tres acababan de llegar de los dominios galeses de Ector.


Kay, siempre colérico, estaba de mal humos, pues había olvidado su espada en el campamento situado fuera de las murallas de la ciudad. Los rudos comentarios de su padre sobre su negligencia enfurecían al joven quien, reacio a pelar con su padre; e incapaz de hacerlo; se volvió contra Arturo y le ordenó ir a buscar la espada.


Arturo, harto de charlas y contento de hacer algo, le respondió con una desenvuelta semirreverencia y se alejó calle abajo por entre las torcidas casas de madera, zigzagueando entre los charcos helados, los cerdos que hurgaban en la basura, las pescaderas con sus pesados cestos y los panaderos con sus montañas de enormes hogazas redondas de pan. Al final del sendero, un anciano le tiró de la manga. La dorada cabeza se inclinó un instante, escuchando con cortesía. Después, con el anciano andando a su lado, Arturo dobló la esquina y desapareció.


Cuando regresó al cabo de una hora, tenía el rostro contraído y serio, pero sus ojos relucían. Su mano sujetaba un espadón sin vaina. Enarcó las cejas inquisitivo al ver  a su hermano solo y éste señaló en dirección a la vinatería, a donde Ector había entrado. Luego extendió las manos para recibir la espada. Arturo depositó la hoja con suavidad sobre las manos de Kay al tiempo que decía:

- Esta espada es mía, hermano.

El joven la dio vuelta para examinar la filigrana que adornaba la empuñadura y las ágatas y cornalinas que brillaban entre el oro y repuso:

- Ésta no es una de nuestras espadas. ¿De quién es?

- En el patio de una iglesia situada junto a la fortaleza hay una piedra - explicó Arturo - Esta espada estaba en la piedra. La invoqué como me dijeron y logre sacarla.

- Yo soy el mayor - declaró Kay, mirándolo fijamente con ojos entrecerrados. Después llamó a gritos a su padres, cuyo rostro apareció en la ventana de la tienda.

"Señor - dijo Kay -, ésta es la espada de la piedra sagradas de que hemos oído hablar. Yo la he encontrado; me proporcionará una corona.

Arturo hizo un veloz movimiento que contuvo al instante. El rostro de Ector desapareció de la ventana y en un instante se reunió con ellos. El anciano contempló inexpresivo a sus hijos, uno ardiendo de furia, el otro desafiante, pero temblando tanto que las joyas de la espada que sostenía centelleaban bajo la luz de sol.


- Vayamos, pues, al lugar donde está la piedra - ordenó Ector.

Así lo hicieron y cuando se encontraron en el silencioso patio junto a la piedra vacía, Ector se volvió hacia Kay.

- Hijo - dijo -, jura ahora por tu honor que tú mismo encontraste la espada que sostienes y la arrancaste de la piedra.

Los muros mismos del patio parecieron suspirar y escuchar. Finalmente Kay negó con la cabeza.

- He mentido - dijo -. Mi hermano encontró la piedra y arrancó de ella la espada. Y devolvió la espada al muchacho.

- Veamos, pues - repuso Ector.



 A  indicación suya, Arturo volvió a colocar la espada en la enorme piedra. Ector intentó sacarla; la empuñadura ardía en su mano, dijo, pero la espada no se movió. Kay lo intentó, pero el arma permaneció encajada en su pétrea prisión. Por fin, Arturo rodeó con las manos la dorada empuñadura. Las letras de la piedra resplandecieron y con un siseo metálico, la espada se soltó.


Ector cayó lentamente de rodillas. Posó las manos sobre las de Arturo, que sujetaban la empuñadura de la espada, e inició la solemne recitación de un juramento de lealtad. Mientras lo hacía, Kay se arrodillo a su lado.

- Padre - exclamó Arturo, cuando Ector hubo concluido -, no os arrodilléis.

- No, mi señor, no soy vuetro padre sino tan sólo aquel que os crio y enseñó. Sabía muy bien que erais de sangre más noble que la mía.

- Eso es cierto - dijo otra voz. Un rostro brilló entre las sombras del claustro y apareció Merlín.

- Vos sois el que me trajo al niño para que lo cuidara - profirió Ector.

- Vos sois el que me guio hasta esta piedra - exclamó Arturo.

- Lo soy - replicó el hechicero-. Yo soy quien os ha conducido al trono, hijo de Uther Pendragon, Supremo Monarca de Inglaterra.

Arturo alzó la cabeza; su mano se cerró con fuerza sobre la empuñadura de la espada mientras el manto del poder lo envolvía y su voz era clara al reclamar la corona.

 ...   



CAMELOT - GLORIA Y CAÍDA - 1.



Ñ   PREFACIO    Ñ


Tres naves zarparon de las rocosas costa de Gales, con su velas impulsadas por el viento del este. En el buque insignia, sobresalía por encima del resto un estandarte mostrando trece coronas de oro sobre un campo azul, era la enseña de Arturo, supremo monarca de Inglaterra, que en esos momentos soñaba con invadir Annwfn, el País de las Hadas y apoderarse de sus tesoros mágicos.



Disponía de un buen ejercito, animoso y bien armado a demás de ir acompañado por Taliesin, el bardo galés que era un gran hechicero que podía transformarse en cualquier clase de animal o cosa. Su presencia en esta empresa era una garantía, pues incluso los habitantes de Annwfn reverenciaban sus poderes.



Arturo navegó hacia occidente, más allá de los confines del mundo, hasta alcanzar una isla envuelta en bruma en la que se distinguía una fortaleza construida toda ella de cristal traslúcido y que relucía bajo la luz crepuscular.


Al desembarcar descubrieron grandes maravillas, un manantial de vino que brotaba del suelo y un caldero ribeteado de valiosas perlas. Nueve doncellas lo custodiaban, pues era un recipiente mágico, obra de gigantes que contenía los poderes del mundo primigenio. Su exterior de esmalte azul despedía un resplandor que concedía a los hombres buenos el arte de cantar y el valor para combatir, proporcionando comida sólo a los valiente; se negaba a darla a los cobardes.


Arturo y sus hombres robaron el caldero, para esconderlo en su tierra, sin embargo lo pagaron muy caro. Más de seis mil guerrero de Annwfn defendieron la fortaleza y el caldero con un resultado terrible, sólo un puñado de hombres regresó con vida a Inglaterra, pues era un desatino y una gran temeridad desafiar a los poderes arcanos de ese mundo.


Arturo era el señor de una nueva era, la estrella de un poder nuevo que controlaba los reinos de Inglaterra, pero ni siquiera él podía insultar impunemente al sobrenatural poder del mundo de los antiguos. Los príncipes de de Annwfn vengarían la pérdida de su tesoro. Su mirada era aguda, su alcance grande, su armas numerosas y su paciencia infinita. Enviaron servidores  que actuaron clandestinamente, creando grietas con filamentos de oscuridad que fueron apagando el refulgente honor del rey para convertirlo en cenizas y así conseguir que la ruina terminara adueñándose de sus dominios.



Ñ   ARTURO    Ñ


 R ealmente poderosa era Tintagel, la fortaleza de los duques de Cornualles, que asomaba al mar desde un escarpado risco de pizarra. Ningún ejército podía atravesar sus defensas. Sin embargo, una noche de invierno entre un año y el siguiente, una frágil criatura, hombre sólo en  parte, se escabulló con el tesoro del castillo y se quedó con él.


La suya fue una hazaña realizada con magistral sigilo, una mezcla de rapidez y paciencia. En mitad de la noche, cruzó furtivamente el estrecho istmo que unía Tintagel con la costa de Cornualles; envuelto en su negra capa, era una sombra entre las sombras, un simple revuelo de aire. Los centinelas recorrían las almenas allá en lo alto pero no lo vieron acercarse, ni oyeron sus pasos ligeros sobre la piedra mojada por la lluvia. Luego, el intruso desapareció por una arcada que indicaba una oculta puerta que miraba al oeste en dirección al mar.


Inmóvil, esperó el resto de la noche. La lluvia cesó y amainó el helado viento nocturno. Sobre las torres del castillo, las estrellas aparecieron y realizaron majestuosas evoluciones de danza, para desvanecerse al despuntar el día. Súbitamente, la puerta en el muro se abrió de para en par y apareció una joven que sostenía una criatura envuelta en pañales. Sin una palabra, la entregó al vigilante; sin una palabra, éste la ocultó entre los negros pliegues de su capa. Luego giró en dirección al acantilado, se alejó a toda prisa y en silencio bajo la luz del amanecer, desapareció.


De este modo el pequeño Arturo, heredero de la corona de Inglaterra, fue puesto bajo la protección de la magia y no se le volvió a ver durante quince años. Merlín el Hechicero fue quien se lo llevó de la fortaleza y lo escondió.


Merlín, esa criatura enigmática, hijo de una mujer humana y de un ser del otro mundo, profeta y mago, había provocado el nacimiento del niño. El padre era Uther Pendragon, quien gobernaba un país revuelto, una Inglaterra desgarrada por los conflictos internos de pequeños reinos mal cohesionados y amenazada desde el exterior por la codicia y el salvajismo de hordas sajonas procedentes del continente europeo. Uther había concebido una gran pasión por la esposa de uno de sus propios duques. Igraine, la duquesa de Gorlois de Cornualles, era esa mujer; Gorlois la había confinado en Tintagel, donde Uther no podía alcanzarla. Enloquecido, el monarca recurrió a la magia, llamando a Merlín.


Y Merlín concedió a Uther lo que deseaba; aguardó hasta que Gorlois partió de Tintagel, par defender sus territorios orientas y entonces, mediante un hechizo, dio a Uther el aspecto del conde de Cornualles; y así el rey fue admitido en la fortaleza y pudo realizar su deseo de estar con Ingraine.


Merlín exigió como pago por sus servicios, la criatura que pudiera nacer de esa unión. Uther se encogió de hombros y aceptó y tuvo que mantener su palabra, a pesar que Igraine se convirtió en su reina después de la muerte Gorlois en combate, con lo que el niño que ella llevaba en sus entrañas pasaría a ser su heredero legítimo.


Así pues, incluso antes de iniciarse la vida de Arturo, los ojos del otro mundo se volvieron hacia él. La pasión de Uther fue una fuerza que desgarró el tejido del honor y el orden humanos; dejó un sendero por el que los antiguos podían penetrar en el mundo mortal. Y Merlín, que ayudó al monarca y custodió al niño pertenecía en parte a la raza mágica, un vínculo vivo con la magia de la era arcana.


Los cronista nunca dijeron y tal vez nunca supieran para que Merlín quería al niño, algunos pensaron que le ocultó para su seguridad, debido a las luchas internas y externas que sucedían en el país; otros que la sangre de los antiguos que corría por sus venas le hizo atesorar su poder para así nombrar reyes en el mundo de los humanos.


E n cualquier caso, fue un hacedor de reyes, aunque nadie lo sabría hasta pasado un tiempo. El pequeño Arturo desapareció en la seguridad de los montes gales, según se dijo al cuidado de un noble llamado Ector. Merlín aparecía periódicamente en la corte de Uther para vigilar la sucesión al trono de este. Vio como las tres hijas que Igraine había tenido con Gorlois, se casaban con príncipes de poco renombre y se marchaban de la corte. Morgause, la mayor, se convirtió en la reina de Lot de  Lothian y las Órcadas, un noble adusto e impulsivo que ostentaba el poder casi absoluto en el norte. Elaine se casó con el rey Nentres de Garlot y se perdió su rastro. La hija más joven Morgana, se convirtió en esposa de Urien de Gorre. Éstos fueron todos los hijos de Igraine, a excepción de Arturo, no tuvo ninguno más.

...     





jueves, 1 de octubre de 2020

NUEVOS DIBUJOS DE MI SOBRINO JAVIER 7


Estos son de este año 2020 y están realizados con lápiz y pinturas de colores.

Espero que os gusten







































            Este está realizado con acuarelas.






KEN FOLLETT

 

Es un escritor británico de novelas históricas y de suspense principalmente, nació en Cardiff, País de Gales el 5 de junio de 1949. Sus padres eran Martin Follett y Lavinia Veenie, tiene dos hermanos, Hannah y James. A los diez años se mudó a Londres con su familia, por esa época desarrollo un gran interés por la lectura. En 1967 ingresó a la University College de Londres, donde estudió filosofía y se involucró con movimientos de izquierdas. En 1968 contrajo matrimonio con su primera esposa, Mary Elson, con quien tuvo a su hijo mayor, Emmanuel nacido en julio de 1968 y fallecido en 2018 y a su hija, Marie-Claire, nacida en 1973. A finales de los 70 se comprometió con el Partido Laborista.


Después de su graduación a finales de 1970, realizó un curso de periodismo que le hizo conseguir trabajo como reportero en el South Wales Echo de Cardiff. Unos años más tarde regresó a Londres y trabajó para el Evening Standard, pero su trabajo no le terminaba de satisfacer así que dejó el periodismo y se convirtió en subdirector de gestión de Libros Everest.


Por entretenimiento comenzó a escribir relatos en su tiempo libre, hasta que en 1978 consiguió su primer éxito con la publicación de "La isla de las tormentas". En 1989 escribió "Los pilares de la Tierra" donde narra la vida de los constructores de una catedral gótica en el siglo XII. Con esta novela estuvo durante más de 10 años en los primeros puestos de ventas. Sus siguientes novelas también han logrado un gran éxito y algunas de ellas han sido adaptadas al cine o a la televisión como películas y series.


    El escritor firmando libros al lado de su estatua en Vitoria, País Vasco, España.


En el año 1982 durante sus actividades con el Partido Laborista, conoció a otra militante de este partido Barbara Hubbard, con la que se casó en 1985. Años más tarde (1997) ella fue elegida como miembro del Parlamento representando a una pequeña ciudad del distrito en Hertfordshire, Stevenage, siendo reelegida en el 2001. Follett sigue siendo partidario de los laboristas y también recaudador de fondos para dicho partido.


Es un gran lector y un seguidor incondicional de la obra de William Shakespeare. Su método de escritura es bastante estricto, pues escribe durante casi toda la mañana, desde el desayuno hasta las primeras horas de la tarde.


Le encanta tocar la guitarra, lo que hace en un grupo llamado, "Damn Right I´ve got the Blues”. Aparte de la literatura, su familia y la música, admite que el buen vino y la comida son otras de sus pasiones.


Algunas de sus obras :


El escándalo Modigliani, 1976, firmada como Zachary Stone y más tarde con su nombre en 1988.

La isla de las tormentas, 1978. (También titulada El Ojo De La Aguja). En 1995, la Mystery Writers of America lo incluyó en su lista de las cien mejores novelas de misterio de todos los tiempos.

Triple,1979. Vuelta a publicar en 1981 y 1999.

La clave está en Rebeca, 1980. Vuelta a publicar en 1981 y 1997.

El hombre de San Petersburgo, 1982. Vuelta a publicar en 1983 y 1997.

Las alas del águila, 1983. Vuelta a publicar en 1997.

El valle de los leones, 1986. Vuelta a publicar en 1990.

Saga -  "Los Pilares de la Tierra" Novela histórica :

Los pilares de la Tierra - 1ª parte de la saga, 1989. Vuelta a publicar en 1991.

Un mundo sin fin - 2ª parte de la saga, 2007.

Una columna de fuego - 3ª parte de la saga, 2017.

Las tinieblas y el alba - precuela de la saga, 2020.

La muralla de la luz - 4ª parte de la saga, 2023.

Noche sobre las aguas, 1991. 

Una fortuna peligrosa, 1993  y vuelta a publicar en 1995.

Un lugar llamado libertad, 1995. Vuelta a publicar en 1996.

El tercer gemelo, 1997

En la boca del dragón, 1998. 

Doble juego, 2000. - Alto riesgo, 2001.

Trilogía "The Century" - Novela histórica :

La caída de los gigantes, 2010.

El invierno del mundo, 2012.

El umbral de la eternidad, 2014.

Están en color los libros que tengo de él.

                  


Algunas Distinciones :

Premio Edgar (1979)

Premio Bancarella (1999)

Audie Award (2003)

Corine Literature Prize (2003)

International Thriller Writers Awards (2010)

Adaptaciones para cine y televisión :

El ojo de la aguja, 1981, película.

Adaptación de La isla de las tormentas.  

La clave está en Rebecca, 1985 - película.

En alas de las águilas, 1986 - miniserie para televisión de 2 episodios.

Águila roja, 1994; adaptación de El valle de los leones - película.

El tercer gemelo, 1997 - película.

Los pilares de la Tierra, 2010 - miniserie para televisión de 8 episodios.

Un mundo sin fin, 2012 - miniserie para televisión de 8 episodios.