Los hilos que los poetas escandinavos tejieron en las canciones sobre Sigurd, el último miembro del clan danés de los Volsung, trataron de gloria y traición, muertes tempranas y penas infinitas. Los Volsung pertenecían a una estirpe de héroes descendientes de los dioses. Fiel a su alto linaje, Sigurd apenas había llegado a la edad adulta cuando mató a un dragón que vigilaba un gran tesoro. Coronó la conquista bañándose en la sangre de la bestia y de este modo, su cuerpo se volvió invulnerable, a excepción de un punto en el hombro sobre el que había caido una hoja de tilo mientras se daba el increible baño.
Tras su encuentro con el dragón, Sigurd se dirigió al sur en busca de una nueva aventura. Pocos días después, divisó una columna de humo que se elevaba desde el pico de una montaña y deseoso de saber lo que era, guió su caballo Greyfell hacia allí. Al acercarse a la cima, se dio cuenta de que era la montaña la que se incendiaba; el pico estaba rodeado de una gran muralla de fuego.
Sigurd espoleó a su caballo para que se dirigiera hacia las llamas; Greyfell lo obedeció ciegamente, y sus cascos pisaron el carbón encendido como si fueran guijarros. En cuanto atravesaron el fuego éste fue disminuyendo hasta convertirse en vacilantes lenguas de fuego de las que de pronto sólo quedaron cenizas. Sigurd vio lo que habían estado protegiendo: un féretro de piedra y sobre él, el cuerpo dorado de un guerrero.
Desmontó y, cuando le retiro el yelmo al guerrero, salió una bella melena de pelo dorado que enmarcaba un hermoso rostro. Cortó las correas que sujetaban el reluciente peto y comprobó que se trataba de una mujer. Además, estaba viva. Era evidente que Sigurd la había despertado de su mágico sueño.
La mujer lo observó durante un rato con el semblante muy serio. De pronto, se levantó con la agilidad de un guerrero y se plantó frente a él. Cuando habló, a Sigurd le dio un vuelvo el corazón. La guerrera le dijo que como él había abierto una brecha en la fortaleza de fuego, lo cual sólo podían lograr los mortales más valiente, ella le pertenecía desde ese mismo momento.
La hermosa guerrera dijo llamarse Brynhild y Sigurd sintió que esa mujer era un preciado trofeo para cualquier héroe. Era además una valquiria: un miembro de la heroica tropa de semidiosas que volaban sobre los campos de batalla y decidían qué guerreros iban a morir con gloria. sin embargo, en una ocasión ella había elegido a un guerrero antes de que le llegara su hora y por ello, fue condenada a vivir con los seres humanos y conocer sus penas. Pero al ser una valquiria, fue sumida en un profundo sueño, protegida por la fortaleza de fuego, para que sólo el mejor héroe - el que desafiara las llamas - pudiera quedarse con ella.
Sigurd y Brynhild charlaron durante un tiempo - nadie sabe cuánto - y al final se dieron palabra de matrimonio. como prueba de su promesa, Sigurd le regaló a la valquiria un anillo que había encontrado en el tesoro del dragón; ella le dio amuletos rúnicos para procurarle alegría y fortalecer su espada. Por fin se despidieron y él se alejó en busca de un rey a quien servir y de hazañas que lo hicieran merecedor de esa mujer procedente de las nubes. La valquiria volvió a tenderse en el féretro, otra vez y se volvieron a alzar las llamas para protegerla hasta que Sigurd volviera a buscarla.
Sigurd erró largos meses por el mundo, hasta que llegó a la tierra de los nibelungos, una tribu que habitaba en los bosques, cuyo rey se llamaba Giuki. El honor y el valor que irradiaba Sigurd le valieron la entrada al salón del rey y sus historias cobre el oro del dragón y sobre su valquiria atrajeron la atención de la reina. Ésta era una bruja llamada Grimhild, una mujer con grandes ambiciones sobre todo pensando en sus hijos.
Mientras escuchaba la historia del guerrero, pensó que éste sería un buen esposo para su hija Gudrun. Ofreció entonces al guerrero una copa de vino hechizada con sus malas artes y nada más beber su contenido, a Sigurd se le nubló la mente y el recuerdo de su doncella se desvaneció y en cuanto vio a Gudrun, tan tierna y hermosa, se enamoró de ella.
Pasado un tiempo, Grimhild decidió que ya había llegado el momento de organizar una segunda boda y envió a su hijo Gunnar en busca de Brynhild y le dijo a Sigurd que lo acompañara para ayudarlo. Sigurd, cuya mente seguía poseída por la magia de la bruja y por lo tanto no recordaba, no dudo en ayudar a su hermano y compañero.
Los dos jóvenes partieron hacia la montaña, pero cuando llegaron y Gunnar intentó atravesar la fortaleza de fuego, su caballo se negó a cruzar el anillo de llamas. Volvió a intentarlo ahora con el caballo de Sigurd, pero este sólo obedecía a su amo.
Al final, recurrieron a una treta, mediante un hechizo los jóvenes intercambiaron los cuerpos, de modo que Sigurd atravesó las llamas con la apariencia de Gunnar y se acercó a la valquiria. Cuando Brynhild vio a un extraño junto a su féretro, creyó que Sigurd había muerto, pues sólo el mejor guerrero del mundo podía abrir una brecha en la muralla de fuego. Era obvio que ese hombre había sustituido a Sigurd, así que, con mucha pena, le dio el anillo de oro y como le exigía su destino, aceptó casarse con él.
La discordia llegó a la familia de los reyes nibelungos en el banque de bodas de Gunnar y Brynhild que estaban sentados junto a Sigurd y Gudrun. Brynhild lo miró fijamente y se dio cuenta de que era el mismo Sigurd que había amado: alto, fuerte, apuesto, con cejas pobladas y pelo rizado. Su mirada se cruzó con la de él, pero Sigurd enseguida la apartó.
Pocos días más tarde, las dos mujeres riñeron, pues Gudrun había visto la mirada de deseo que la valquiria le había dirigido a su esposo y se sintió celosa. Le explicó a Brynhild que Sigurd le había contado en secreto (y con toda inocencia, pues ya no recordaba su promesa) que había sido él y no Gunnar quién había atravesado la barrera de fuego y le enseó el anillo de oro que Sigurd había conservado como premio y que más tarde le había regalado a ella, su esposa.
Brynhild despreció a su esposo Gunnar al sentirse humillada por el engaño. Le empezó a hablar mal de Sigurd y le exigió que lo matara para vengar su honor perdido, pero su esposo se negó diciéndole que Sigurd era su hermano. Entonces ella recurrió al hermano menor, Hogni, que era un hombre malvado y dispuesto a convertirse en traidor. Éste aceptó el encargo y mediante engaños, suaves palabras y dando muestras de preocupación por la seguridad de Sigurd, consiguió que su hermana Gudrun le dijera cuál era el punto débil de su marido; el hombro sobre el que había caído la hoja de tilo.
A partir de ese momento, matar a Sigurd sería muy fácil. Un día, Hogni y su cuñado se fueron de casa y se adentraron en el bosque; después de que Sigurd abatiera una presa, acalorados y sedientos, los dos hombres hicieron una carrera hasta el cercano río para bañarse y beber. Sigurd llegó primero y cuando salió del agua, mojado y risueño, de espaldas a Hogni, éste le arrojó una lanza que se le clavó en el hombro.
Así murió Sigurd, el gran héroe, el último miembro del clan de los Volsung llamado a grandes gestas. Brynhild, enloquecida de dolor, se abalanzó sobre su pira funeraria y se entregó a las llamas para poder estar con él eternamente. En cuanto a Hogni y el resto de la familia de nibelungos, murieron varios años más tarde, cuando Gudrum consiguió que pelearan entre ellos, pues desde la muerte de Sigurd, su amado esposo, sólo vivió para la venganza.
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