En la búsqueda de los originales atractivos de Madrid hemos visto que existe una villa cuya geometría urbana, ayer era de cal y canto, hoy de cemento, hierro y cristal, obra de los hombres.
Pero que existe otro Madrid, en que ni el arquitecto, el maestro de obras, ni el albañil han puesto la mano, es lo que a Madrid han aportado la naturaleza y Dios. Conjunto de factores que surgen del suelo sobre el que se asienta, a 650 metros sobre el nivel del Mediterráneo; o de su cielo meteorológico -luz, atmósfera y ambiente- que también condiciona la vida de sus habitantes.
Eso que, con el oxígeno que le fabrica especialmente Guadarrama, configuran lo que pudiéramos llamar el "duende" de Madrid. Eso que hace la villa de antes, como la ciudad de hoy atractiva sin saber por qué.
Los árabes que algo intuían de esas cosas: de lo que pudiéramos denominar Madrid y sus circunstancias, aseguraban que, del signo zodiacal Leo y el planeta Júpiter, vienen las fuerzas siderales que actúan sobre Madrid. Sepan, pues, los madrileños y demás gentes que de esas fuentes especiales y remotas, les vienen "la templanza, pureza y benignidad de sus aires, que dan salud a naturales y forasteros". Al parecer la proximidad de la cordillera hizo el suelo de Madrid pródigo en fuentes naturales. Hasta 17 dentro del recinto, anota el cronista González Dávila en tiempos de Felipe IV. Cierto que desde que en tiempo de Carlos III se construyeron los primeros "viajes de agua", sólo algunas de aquellas, fuentes naturales siguieron manando en el suelo de la villa. De otras sólo quedan los nombres toponímicos adscritos a lugares castizos del caserío madrileño tradicional: Los Caños Viejos, Lavapiés, La Fuente Castellana, Leganitos, La Fuentecilla.
Dice Baroja que los madrileños "siempre han sido buenos catadores de agua". Por eso hubo en tiempos aguaduchos tan populares en Recoletos y el Prado, que además de, para alivio de paseantes, sirvieron de tema a la inspirada pieza musical de Federico Chueca, Agua, azucarillos y aguardiente. También en Fortunata y Jacinta, de Galdós, hay un personaje, "Doña Casta" viuda de Samaniego, que tenía en su casa botijos con agua de las distintas fuentes y a diferentes temperaturas, para ofrecérselas con azucarillos a sus visitantes "como una especialidad de la casa".
Una de las entradas al Retiro por la Calle de Alcalá |
Y nos queda otro elemento que interviene en el atractivo de Madrid su aire. De él dice un refrán que, "es tan sutil que mata a un hombre y no apaga un candil". Lo cierto es que los aires guadarrameños son únicos. "Son delgados y finos", por eso las primaveras tienen aquí un suave perfume de jaras y cantuesos serranos. Y en los otoños velazqueños, el aire es tan fino, tibio y transparente, que huele a nardos por la calle de Alcalá.
Libro: El libro de Madrid.
Introducción de Juan Antonio Cabezas
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