Ilusiones


"No existe ningún problema que no te aporte simultáneamente un don.
Busca los problemas porque necesitas sus dones."

"Justifica tus limitaciones y ciertamente las tendras"

Richard Bach - Ilusiones

viernes, 6 de enero de 2012

RAFAEL AMOR 2

Buenos Aires 1948
 Cantautor Argentino
PALABRAS PARA DESPUES

Este gris que pone lluvias en el país de mis manos,
cuando rompo entre los puños los cristales de mi llanto.

¿Quién lo pintó.?

¿Y quién pintó la distancia color pañuelo lejano,
como un ala de paloma que va muriendo despacio, despacio.?


¿Quién me pinto esos amigos, rojos de vino, azules de canto,
los que destiño el olvido cuando el vino anduvo escaso.?


¿Quién me pintó la alegría con una mujer al lado,
color de Dios la ternura de un hijo nuestro en sus brazos.?


¿Quién me pintará la muerte de padrenuestros y salmos
cuando me quede a vivir en el color de algún pájaro.?

No he de quejarme del negro, del dolor y el desencanto,
que siempre sirve lo oscuro, para poder ver más claro.



Hija, perdóname los sueños
que me ausentan siempre,
que me llevan lejos,
que abaten mi frente,
que me vuelven viejo.


Hija, la vida era en serio,
yo tengo la culpa, 
por ser tan ingenuo. 
creo en el amor, 
y por él te tengo. 


Hija, en un día de estos
te dirán algunos,
que he perdido el tiempo,
que he sido un iluso.
ríete de ellos.

Ya verás cuando ames
y sientas muy dentro,
la embriaguez tremenda
de los sentimientos.
cambiarás la vida,
por la paz de un beso.


Hija, siendo por amor,
hasta el pecado es bueno.










Cintas amarillas - Laura


Os dejo otro vídeo con otra de sus canciones que también me gusta mucho, espero que a vosotros también.







UN RAMO DE GLADIOLOS

de Johannes Mario Simmel
(Viena, 7 de abril de 1924 – Lucerna, 1 de enero de 2009)



En el cruce de la Währisngerstrasse con la Spitalgasse siempre hay jaleo. Un policía regula el tráfico con ayuda de un semáforo eléctrico, desde una pequeña cabina de madera blanca, y en las esquinas hay otros agentes que vigilan que nadie atraviese la calle cuando la luz está en rojo. Aquél es un verdadero cruce de gran ciudad por el que pasan tronando enormes camiones con remolque, tranvías haciendo sonar la campanilla dale que dale, motos que arman tal estruendo, que cualquiera diría, que les pagan por ello y jeeps multicolores que organizan carreras hasta el Instituto de Química. A veces no hay quien entienda sus propias palabras. En la isla para peatones, situada delante de la filiar de Meini, siempre hay obreros fatigados y sudorosos que esperan el autobús número 38 ó el 41. A su lado, preciosas damas lucen excitantes vestidos veraniegos. A veces, una pareja de enamorados se toma de la mano. Sin embargo, el cruce no resulta simpático.



A mí me carga bastante, desde que lo conozco. Aunque la luz esté verde me pone nervioso pasar por allí. Nunca se sabe sí de pronto, un camionazo virará hacia un lado ó que le ocurrirá al ciclista que sube por la Nussdofer Strasse. Ayer, por ejemplo, fue un día de esos.


Yo esperaba el tranvía delante del café Hause. El estómago se me encogió al ver el loco remolino de carros tirados por caballos, autobuses, camiones y motos que había armado allí.


Una señora ya anciana que, ajena a aquel barullo, se dirigía a la farmacia de la esquina, estuvo a punto de ser atropellada por el coche que repartía el hielo, y aún contempló con bonachona curiosidad el parachoques, cuando la camioneta se detuvo con un chirriante frenazo. El chófer soltó un reniego. Los autos que iban detrás se pusieron a tocar la bocina. Una ambulancia pasó el cruce a toda velocidad, cuando la luz estaba roja, con gran aullido de la sirena. Varios hombres corrieron tras un tranvía de la línea E2, que se les escapaba. Y el sol lucía que era un gusto. Era un día extrañamente precioso. La acera delante del café Hause es muy estrecha. Me abrí paso entre los transeúntes, poco a poco y apreté los dientes cuando, además, un bebe se puso a berrear.


Fue entonces cuando le vi.


Estaba apoyado en la pared y encendía su pipa. El hombre de quién hablo tendría unos treinta y cinco años, era alto, esbelto y se le veía bronceado. Vestía camisa blanca y pantalón de franela gris. Sus ojos claros asomaban bajo unas espesas cejas, y diríase que asomaba a ellos una sonrisa. Puedo equivocarme, pero esa fue mi impresión. La cuestión es que el hombre permanecía allá y encendía su pipa.


Por favor háganse cargo de la curiosa situación: en medio del espantoso tumulto de la calle, empujando de un lado a otro por los peatones y mientras cien pestilentes coches pasaban a toda prisa por delante de él, el desconocido encendía tan tranquilo su pipa. Con el hueco de la mano protegía la llama de la cerilla que ardía esparciendo su pequeño humo negro. En la esquina dos vendedores de periódicos se desgañitaban anunciando sus respectivas publicaciones. Un comerciante llenaba de cerezas un cucurucho que acababa de formar con un ejemplar viejo del diario Neves Österreich. Y el desconocido, fumando su pipa. Lanzaba redondas nubecillas de humo. Llevaba las manos en los bolsillos y aguarda¬ba a que la luz se pusiera verde, para dirigirse al otro lado de la Spitalgasse. A su lado apareció un viejo con un brazal amarillo. Su bastón golpeaba prudentemente el pavimento, tanteándolo.

Era ciego.


El desconocido le tomó de la mano, dijo algo que no entendí y, con todo cuidado, condujo al invidente al otro lado de la calle.


Les seguí. Junto a la cabina telefónica, una muchacha vendía flores. El desconocido le compró gladiolos rojos. Un ramo entero. Apartó la pipa de su boca, los olió y sonrió contento. Creo que le dio cincuenta Groschen de más, porque cuando yo pasaba por su lado la florista decía:

- ¡Gracias, herr barón!


Lo que entonces sucedió, no deja de ser sorprendente, seguí al desconocido cuando, a lo largo del parque, enfiló el camino de la Alserstrasse. No sé porque lo hice, la verdad, porque tenía trabajo. Además hacía calor. ¡Que el diablo se me lleve si sé por qué fui detrás de aquel hombre!. ni le conocía, ni había hablado nunca con él. Sin embargo, me resultaba extraordinariamente simpático. ¿Entienden? Así continuamos por la Spitalgasse: él con los gladiolos, y yo diez pasos detrás de él. No había notado que le seguía.


De pronto apareció, corriendo en contradirección, un chiquillo pequeño y sucio. Sus torcidas piernecitas se retrasaron en relación con el cuerpo, gritó "¡Hurra...!" de contento y naturalmente fue a parar al suelo. Los niños pequeños siempre acaban en el suelo, cuando corren y saltan de contentos. Y éste se cayó delante mismo del desconocido. Cayó de narices, se produjo una desolladura en el codo izquierdo y también en la rodilla. La herida de la pierna era bastante considerable, porque sangraba de lo lindo. De momento el niño se asustó demasiado para llorar. Pero no tardo en reaccionar, recobró la voz y empezó a chillar como si le estuviesen matando. Miraba su rodilla con ojos muy abiertos, sollozaba, gemía, se atragantaba y por poco se ahoga con sus propias lágrimas.


El desconocido me miró y dijo:

- Sostenga la flores, por favor.


Entonces introdujo la mano en un bolsillo, extrajo una barrita de chocolate y se la dio al chico herido.

- Toma esto, hijo. Y no llores más - le consoló - No es nada de importancia.


El chiquillo tragó saliva, suspiró, mordió un trozo de chocolate y esbozó una sonrisa heroica mientras el hombre le vendaba la rodilla con su propio pañuelo.


Seguidamente, el desconocido alzó al pequeño en brazos y se volvió hacia mí. De la pierna del niño goteaba la sangre, que manchaba su pantalón. El hombre cruzó la calle en dirección al Hospital General. Yo fui detrás de él, con las flores. El desconocido se detuvo en la portería.

- Espéreme aquí, por favor - me dijo - No tardaré en salir.


  Su voz era profundamente grave.


 Aguardé diez minutos. Aguardé veinte. Al cabo de una hora, decidí entrar en busca de ambos. Me guié por las manchas de sangre que conducían al servicio de Urgencias. El niño estaba sentado en una silla comiendo chocolate. Tenía la rodilla muy bien vendada. Le pregunté por aquel señor. El chiquillo no sabía a dónde había ido. Pregunté luego a una enfermera, que a su vez preguntó a otra por el desconocido. Y está preguntó al médico de turno. Nadie supo decirme que había sido de él.


Acabé por marcharme con los gladiolos. Los tengo en un jarrón sobre la mesa, mientras escribo estas líneas. No volví a ver al desconocido de la pipa y los ojos sonrientes. Pero sigo pensando en él.


Me gustaría saber qué es lo que hacía, ayer Dios en la Spitalgasse.







VEINTIDOS CENTIMETROS DE TERNU­RA


de Johannes Mario Simmel.
(Viena, 7 de abril de 1924 – Lucerna, 1 de enero de 2009)




Se llama Juanito Valespier, es francés y tiene un árbol genealógico que ocupa una hoja de papel de embalar. Una hoja grande. ¡Con lo pequeño que es él! ¡Cuando le conocí, hace trece años, cualquier cobaya adulta podría con él!. Hoy mide veintidós centímetros de altura y es un anciano caballero de noventa y un años. ¡Que Dios nos lo conserve mucho tiempo!. Eso de los noventa y un años no es broma, pese a que Juanito todavía salta a cualquier cama y a todas las sillas, aunque sea tres veces más altas que él. ¡Sí, intenten imitarle¡ Pero... un año de perro equivale a siete años de hombre, y a Juanito le falta más de un diente. Es un Yorkshire. Ya lo saben ustedes, un perro de esos chiquitines y con los pelos tan largos, que hay que atárselos con un lazo para que no se les caigan sobre la cara. Como era tan diminuto, nosotros le pusimos el nombre de "Moustique" que significa "Mosquito".


Trece años atrás, me visitó el primer gran amor de vida, fue entonces cuando conocí a "Moustique". Debo confesar algo: a mí, nunca me gustaron los perros. Ni a mí, ni a Shakespeare. Tampoco a él le hacían gracia. ¿Recuerdan aquello de: "... los perros con sus ladridos estorban la paz de Dios y el canto del ruiseñor..." (Otro que no podía soportar a los perros, era Goethe. Como yo). Además, tengo miedo de los chuchos que miden más de quince centímetros. Y los perros en seguida se dan cuenta de una cosa así. "Moustique" tenía una altura de doce centímetros ó sea que quedaba todavía por debajo del límite de mis temores, pero en cambio era un ladrador escandaloso, y si alguien estorbaba la paz de Dios y el canto del ruiseñor, ese era él.



"Moustique" no se dejaba tocar por ningún extraño (Nobleza obliga). Si alguien lo intentaba, le mordía. Tenía además la mala costumbre de clavar rápidamente sus dientecillos en los pantalones largos, porque su opinión del ser humano no era buena y siempre sospechaba que la gente había robado algo y se lo quería llevar. Y, aparte de eso "Moustique" todavía no era lo que se llama un perro aseado. Pero eso había sido demasiado pedir en un animalito tan joven. ¿no? Sin embargo, "Moustique" abusaba de su inocente edad. No había cortinaje, ni pata de mesa que no hubiera mojado ya. En casa eligió para tal menester un sofá tapizado de brocado de seda. Pero como se trataba de mi primer gran amor (no me refiero a "Moustique" sino a su ama, a la que aquí vamos a dar el nombre de Ángela) para evitar discusiones coloqué un almohadón encima de la húmeda mancha dejada por el aristócrata en el brocado de seda. Ángela debió darse cuenta y "Moustique" también. Pero nadie más. Y ambos me lo agradecieron con la mirada...



Trece años más tarde fui a casa de Ángela. Ella vive en el Sur, junto al mar, en el último piso de un rascacielos, que está rodeado de una enorme terraza. Al entrar en la vivienda, ocurrió el primer milagro. "Moustique" se acercó a mí con paso lento y ceremonioso. Yo pensé en mi pantalón, en la paz de Dios, etcétera, etcétera. Pero no ocurrió nada de lo temido. "Moustique" no me mordió ni ladró, sino que comenzó a frotarse contra mis zapatos, daba saltos de alegría y no cesó hasta que lo tomé en brazos y lo acaricié. (Detrás de las orejas, como les gusta a los perros). A partir de ese momento, ya no salí de mi asombro. "Moustique" se puso a hacerme tantos arrumacos, que Ángela casi sintió celosa. Si yo estaba sentado, él tenía que instalarse en mi regazo. Me dirigiera a un lado o a otro de la casa, "Moustique" iba conmigo, pegado a mis pies, y yo tenía que poner mucho cuidado en no pisarle. El animalito no había olvidado - ¡A lo largo de noventa y un años de hombre! que un día, al poner un cojín sobre la mancha dejada por él, le había ahorrado una reprimenda. "Moustique" fue el primer perro que me quiso. Y él fue el primer perro que yo quise en seguida, espontáneamente. He aquí el segundo milagro.


 Con respecto a las agua menores: hacía ya tiempo que "Moustique" no salía de casa. (su edad, los peligros de la calle...) Por eso solucionaba sus asuntillos en un lugar apartado de la terraza, que luego era limpiada con la manguera. Ángela llamaba esa parte la "Avenue de Pipi".



           "Moustique" y yo no hicimos inseparables. Siempre estaba a mi lado. Y cuando me encontraba ausente, me buscaba por doquier y saltaba una y otra vez a "mi" butaca, para comprobar con tristeza mi desaparición. Pero, luego, cada reencuentro era una fiesta, un continuo saltar, acariciar y flirtear, sin ladridos ni mordiscos. "Moustique" no me abandonaba ni de noche. Dormía a los pies de mi cama. Y si tenía frío, se introducía de bajo de la colcha. Por la mañana, cuando le parecía que yo ya había dormido bastante y debía trabajar, me despertaba con muchos y tiernos empujoncitos de su nariz contra la mía, contra mi cuello y mis mejillas. Y si yo abría entonces los ojos, se plantaba encima de mi pecho con la cabecita torcida, y con una de sus patas diminutas me acariciaba dulcemente.


            Una vez, estando yo en la bañera "Moustique" quiso saltar sobre el borde de ésta. Y saltó, pero fue a aterrizar en la taza del W.C., situado al lado mismo de la bañera. Le sacamos de allí, lavamos su canosa piel y la secamos, y yo pregunté a Ángela cómo "Moustique" había podido equivocarse de tal manera.


- A veces le ocurren cosas así - dijo ella - ¿No te habías dado cuenta?.

- ¿Dado cuenta? ¿De qué?


 -  Por ejemplo, de que continuamente corre delante mismo de mis pies, y de que, si se mueve con tanta agilidad, es porque lleva trece años en la misma casa y sabe exactamente dónde está cada mueble, dónde hay una puerta o una pared... "Moustique" no tiene ni idea de tu aspecto - prosiguió Ángela - ni conoce el mío. Ha olvidado el aspecto de cualquier cosa. Desde hace un año, sólo se guía por el olfato, los ruidos, sus sentidos y la memoria. ¿De veras no habías descubierto que el pobre "Moustique" está ciego?.








HERMANN HESSE



Novelista, ensayista y poeta alemán, nacionalizado suizo. A su muerte, se convirtió en una figura de culto en el mundo occidental, sobre todo por su acercamiento al misticismo oriental y a la búsqueda del propio yo. Es uno de mis escritores favoritos.


Hesse nació el 2 de julio de 1877 en Calw, pequeña ciudad de Wurtemberg, Alemania. Hijo de Karl Otto Johannes Hesse, antiguo misionero, escritor y director de una editorial, y de Marie Gundert, maestra y escritora. Hesse tuvo cinco hermanos, de los que dos murieron prematuramente. Ingresó en un seminario, pero pronto abandonó la escuela; su rebeldía contra la educación formal la expresó en la novela Bajo la rueda (1906). En consecuencia, se educó él mismo a base de lecturas. De joven trabajó en una librería y se dedicó al periodismo por libre, lo que le inspiró su primera novela, Peter Camenzind (1904), la historia de un escritor bohemio que rechaza a la sociedad para acabar llevando una existencia de vagabundo.


Poco antes de la I Guerra Mundial, Hesse, se trasladó a Montagnola, Suiza y a comienzos de la guerra, se ofreció voluntariamente como soldado, pero fue declarado no apto por un problema en la vista. En lugar de pelear en el frente, Hesse ayudó a prisioneros alemanes en Berna, consiguió la ciudadanía suiza en 1923. La desesperanza y la desilusión que le produjeron la guerra y una serie de tragedias domésticas, y sus intentos por encontrar soluciones, se convirtieron en el asunto de su posterior obra novelística. Sus escritos se fueron enfocando hacia la búsqueda espiritual de nuevos objetivos y valores que sustituyeran a los tradicionales, que ya no eran válidos. Demian (1919 bajo el pseudónimo de Emil Sinclair), por ejemplo, estaba fuertemente influenciada por la obra del psiquiatra suizo Carl Jung, al que Hesse descubrió en el curso de su propio (breve) psicoanálisis. El tratamiento que el libro da a la dualidad simbólica entre Demian, el personaje de sueño, y su homólogo en la vida real, Sinclair, despertó un enorme interés entre los intelectuales europeos coetáneos (fue el primer libro de Hesse traducido al español, por Luis López Ballesteros en 1930).




Las novelas de Hesse desde entonces se fueron haciendo cada vez más simbólicas y acercándose más al psicoanálisis. Por ejemplo, Viaje al Este (1932) examina en términos junguianos las cualidades míticas de la experiencia humana. Siddharta (1922), por otra parte, refleja el interés de Hesse por el misticismo oriental —el resultado de un viaje a la India—; es una lírica novela corta de la relación entre un padre y un hijo, basada en la vida del joven Buda.


El lobo estepario (1927) es quizás la novela más innovadora de Hesse. La doble naturaleza del artista-héroe —humana y licantrópica— le lleva a un laberinto de experiencias llenas de pesadillas; así, la obra simboliza la escisión entre la individualidad rebelde y las convenciones burguesas, al igual que su obra posterior Narciso y Goldmundo (1930). La última novela de Hesse, El juego de abalorios (1943), situada en un futuro utópico, es de hecho una resolución de las inquietudes del autor. También en 1952 se han publicado varios volúmenes de su poesía nostálgica y lúgubre. 


Aproximadamente un año después de acabar la II Guerra Mundial se le concede el Premio Nobel de Literatura. Hesse, que por entonces tenía 69 años y que siempre había odiado el bullicio, sobre todo en torno a su persona, no asiste a la ceremonia de entrega el 10 de noviembre de 1946, y envía una declaración de apenas dos páginas para ser leída en dicha ceremonia, donde disculpa su ausencia por su mal estado de salud.


Se casó tres veces. Su primera esposa Maria Bernoulli, una excelente pianista y pionera de la fotografía en Suiza, con la que se casó en 1904 y tuvo tres hijos, pero después de 11 años de matrinonio se separaron a causa de una crisis esquizofrénica de su esposa y a su propia crisis existencial mucho más profunda: la muerte de su padre y la grave enfermedad de su hijo MartinEn 1924 se casó con Ruth Wenger, de la que se separó tres años más tarde. Su tercera mujer, la historiadora Ninon Dolbin con la que se casó en 1931 y que permaneció junto a él hasta su muerte acaecida en Montagnola, cantón del Tesino, Suiza, 9 de agosto de 1962.


Es uno de mis escritores preferidos, a continuación los libros que tengo y he leído de el.



El caminante (Prosas, poemas y acuarelas)
Noche de junio (Relatos y cuentos)
Leyendas Medievales (Varios)
Peter Camenzind
Bajo la rueda

Pequeño mundo (Varios relatos)
Y si la guerra continúa (Varios relatos)
Gertrudis
Rosshalde
Demian

El último verano de Klingsor
Siddhartha
El lobo estepario
Narciso y Goldmundo

Viaje al Oriente
El juego de los abalorios

Sobre la guerra y la paz (Ensayos)
Nuevos cuentos de amor


Lecturas para minutos I y II
(Se recogen frases e ideas de sus libros)

En otro color están todos los libros que tengo y he leído de él.



Casa Camuzzi en Montagnola, donde
vivió durante casi cuatro décadas.
Es mejor soportar injusticias que cometerlas. Está mal querer realizar los deseos con medios ilícitos. Esto para los generales son tonterías y los hombres de Estado se ríen de ello, pero así y todo son viejas y acreditadas verdades.


Entiendo por paz no sólo la militar y política, sino la de cada hombre, consigo y con sus vecinos, la armonía de una vida llena de sentido y amor.



Cuanto más cerca estamos sentados unos de otros, más difícil nos re­sulta llegar a conocernos.



Cuando odiamos a una persona, odiamos en ella algo que está en noso­tros mismos, lo que no está es nosotros no nos inmuta.


La verdad se vive, no se enseña.
 Escritorio de Hesse,
en el Museo Gaienhofen

Nadie sueña con lo que no le interesa.

Poder amar a alguien, que liberación.



Entre los hombres, por muy unidos que estén, siempre queda un abismo que sólo puede salvar el amor, y aún así solo con un puente de emergen­cia.


Fe y duda se corresponden mutuamente, se pertenecen de modo comple­mentario. Donde nunca se duda tampoco se cree cabalmente.


 
Sólo se está intranquilo mientras aún se tienen esperanzas.  

Cuando dos caminos amigos concurren en un mismo punto, el mundo entero parece durante una hora el mismísimo cielo.


Lo blando es más fuerte que lo duro, el agua más fuerte que la roca, el amor más fuerte que la violencia.

Esperar pasivamente en medio del fuego es mucho más difícil que ata­car.

De pasos que ya hemos dado y de muertes que ya hemos muerto no debe­mos arrepentirnos.

Para que pueda surgir lo posible es preciso intentar una y otra vez lo imposible.




Hermann Hesse empezó a pintar a partir de los cuarenta años, al principio fue una especie de terapia que poco a poco se fue convirtiendo en pasión, aquí os dejo algunos de sus cuadros.























OTTO PREMINGER


Otto Ludwig Preminger (Wiznitz - Acual Ucrania, 5 de diciembre de 1905 - Nueva York, 23 de abril de 1986) fue un director de cine estadounidense de origen judeo-austríaco.



Acabó el colegio y completó sus estudios de derecho en la Universidad de Viena. Aunque su pasión era actuar y dirigir, primero en teatro y más tarde en el cine, también ejercio como profesor en la Escuela de Arte Dramático de Yale.


Revolucionó el cine de su época al atreverse a tocar temas considerados tabú hasta el momento, como la drogas,  las agresiones sexuales o la corrupción política.










Su mal genio, y su legendario carácter dictatorial, convertían los rodajes en un infierno para los actores, que sin embargo lograban grandes interpretaciones a sus órdenes. Cuando todo el mundo contrataba actores blancos, él daba papeles a los negros. Incluso llegó a contratar a algún guionista que estaba en las listas negras de McCarthy, sin que le importaran las consecuencias.



Nadie le pudo decir nunca como dirigir sus películas, lo que puede explicar que tenga una impecable filmografía, con algunas pequeñas joyas y alguna superproducción, como sus memorables incursiones en el cine negro.



Su obra, que enfrenta un mundo romántico y decadente a otro objetivo y realista, dio lugar un cine muy personal e independiente, basado en los planos largos y en una cuidada puesta en escena. Es considerado uno de los primeros directores que quebrantaron la censura en los Estados Unidos.



 Algunas de sus películas :

 1944   Laura
 1948   La dama del armiño
 1949   El abanico de Lady Windermere
 1953   Cara de ángel
 1953   La luna es azul
 1954   Río sin retorno
 1954   Carmen Jones
 1955   El hombre del brazo de oro
 1957   Buenos días, tristeza

 1959   Porgy y Bess
 1959   Anatomía de un asesinato
 1960   Éxodo
 1962   Tempestad sobre Washington
 1963   El cardenal
 1975   Operación Rosebud

  1979   El factor humano.