Ilusiones


"No existe ningún problema que no te aporte simultáneamente un don.
Busca los problemas porque necesitas sus dones."

"Justifica tus limitaciones y ciertamente las tendras"

Richard Bach - Ilusiones

viernes, 6 de enero de 2012

VEINTIDOS CENTIMETROS DE TERNU­RA


de Johannes Mario Simmel.
(Viena, 7 de abril de 1924 – Lucerna, 1 de enero de 2009)




Se llama Juanito Valespier, es francés y tiene un árbol genealógico que ocupa una hoja de papel de embalar. Una hoja grande. ¡Con lo pequeño que es él! ¡Cuando le conocí, hace trece años, cualquier cobaya adulta podría con él!. Hoy mide veintidós centímetros de altura y es un anciano caballero de noventa y un años. ¡Que Dios nos lo conserve mucho tiempo!. Eso de los noventa y un años no es broma, pese a que Juanito todavía salta a cualquier cama y a todas las sillas, aunque sea tres veces más altas que él. ¡Sí, intenten imitarle¡ Pero... un año de perro equivale a siete años de hombre, y a Juanito le falta más de un diente. Es un Yorkshire. Ya lo saben ustedes, un perro de esos chiquitines y con los pelos tan largos, que hay que atárselos con un lazo para que no se les caigan sobre la cara. Como era tan diminuto, nosotros le pusimos el nombre de "Moustique" que significa "Mosquito".


Trece años atrás, me visitó el primer gran amor de vida, fue entonces cuando conocí a "Moustique". Debo confesar algo: a mí, nunca me gustaron los perros. Ni a mí, ni a Shakespeare. Tampoco a él le hacían gracia. ¿Recuerdan aquello de: "... los perros con sus ladridos estorban la paz de Dios y el canto del ruiseñor..." (Otro que no podía soportar a los perros, era Goethe. Como yo). Además, tengo miedo de los chuchos que miden más de quince centímetros. Y los perros en seguida se dan cuenta de una cosa así. "Moustique" tenía una altura de doce centímetros ó sea que quedaba todavía por debajo del límite de mis temores, pero en cambio era un ladrador escandaloso, y si alguien estorbaba la paz de Dios y el canto del ruiseñor, ese era él.



"Moustique" no se dejaba tocar por ningún extraño (Nobleza obliga). Si alguien lo intentaba, le mordía. Tenía además la mala costumbre de clavar rápidamente sus dientecillos en los pantalones largos, porque su opinión del ser humano no era buena y siempre sospechaba que la gente había robado algo y se lo quería llevar. Y, aparte de eso "Moustique" todavía no era lo que se llama un perro aseado. Pero eso había sido demasiado pedir en un animalito tan joven. ¿no? Sin embargo, "Moustique" abusaba de su inocente edad. No había cortinaje, ni pata de mesa que no hubiera mojado ya. En casa eligió para tal menester un sofá tapizado de brocado de seda. Pero como se trataba de mi primer gran amor (no me refiero a "Moustique" sino a su ama, a la que aquí vamos a dar el nombre de Ángela) para evitar discusiones coloqué un almohadón encima de la húmeda mancha dejada por el aristócrata en el brocado de seda. Ángela debió darse cuenta y "Moustique" también. Pero nadie más. Y ambos me lo agradecieron con la mirada...



Trece años más tarde fui a casa de Ángela. Ella vive en el Sur, junto al mar, en el último piso de un rascacielos, que está rodeado de una enorme terraza. Al entrar en la vivienda, ocurrió el primer milagro. "Moustique" se acercó a mí con paso lento y ceremonioso. Yo pensé en mi pantalón, en la paz de Dios, etcétera, etcétera. Pero no ocurrió nada de lo temido. "Moustique" no me mordió ni ladró, sino que comenzó a frotarse contra mis zapatos, daba saltos de alegría y no cesó hasta que lo tomé en brazos y lo acaricié. (Detrás de las orejas, como les gusta a los perros). A partir de ese momento, ya no salí de mi asombro. "Moustique" se puso a hacerme tantos arrumacos, que Ángela casi sintió celosa. Si yo estaba sentado, él tenía que instalarse en mi regazo. Me dirigiera a un lado o a otro de la casa, "Moustique" iba conmigo, pegado a mis pies, y yo tenía que poner mucho cuidado en no pisarle. El animalito no había olvidado - ¡A lo largo de noventa y un años de hombre! que un día, al poner un cojín sobre la mancha dejada por él, le había ahorrado una reprimenda. "Moustique" fue el primer perro que me quiso. Y él fue el primer perro que yo quise en seguida, espontáneamente. He aquí el segundo milagro.


 Con respecto a las agua menores: hacía ya tiempo que "Moustique" no salía de casa. (su edad, los peligros de la calle...) Por eso solucionaba sus asuntillos en un lugar apartado de la terraza, que luego era limpiada con la manguera. Ángela llamaba esa parte la "Avenue de Pipi".



           "Moustique" y yo no hicimos inseparables. Siempre estaba a mi lado. Y cuando me encontraba ausente, me buscaba por doquier y saltaba una y otra vez a "mi" butaca, para comprobar con tristeza mi desaparición. Pero, luego, cada reencuentro era una fiesta, un continuo saltar, acariciar y flirtear, sin ladridos ni mordiscos. "Moustique" no me abandonaba ni de noche. Dormía a los pies de mi cama. Y si tenía frío, se introducía de bajo de la colcha. Por la mañana, cuando le parecía que yo ya había dormido bastante y debía trabajar, me despertaba con muchos y tiernos empujoncitos de su nariz contra la mía, contra mi cuello y mis mejillas. Y si yo abría entonces los ojos, se plantaba encima de mi pecho con la cabecita torcida, y con una de sus patas diminutas me acariciaba dulcemente.


            Una vez, estando yo en la bañera "Moustique" quiso saltar sobre el borde de ésta. Y saltó, pero fue a aterrizar en la taza del W.C., situado al lado mismo de la bañera. Le sacamos de allí, lavamos su canosa piel y la secamos, y yo pregunté a Ángela cómo "Moustique" había podido equivocarse de tal manera.


- A veces le ocurren cosas así - dijo ella - ¿No te habías dado cuenta?.

- ¿Dado cuenta? ¿De qué?


 -  Por ejemplo, de que continuamente corre delante mismo de mis pies, y de que, si se mueve con tanta agilidad, es porque lleva trece años en la misma casa y sabe exactamente dónde está cada mueble, dónde hay una puerta o una pared... "Moustique" no tiene ni idea de tu aspecto - prosiguió Ángela - ni conoce el mío. Ha olvidado el aspecto de cualquier cosa. Desde hace un año, sólo se guía por el olfato, los ruidos, sus sentidos y la memoria. ¿De veras no habías descubierto que el pobre "Moustique" está ciego?.








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